domingo, 8 de noviembre de 2009

ESPAÑA Y LA NUEVA EUROPA


En apenas un mes, y cuando está cerca ya la Presidencia española de la Unión Europea, se han despejado al fin los obstáculos que impedían abrir las puertas de una nueva Europa.

La aprobación en Irlanda del Tratado de Lisboa, en referéndum celebrado a principios de octubre, y la reciente firma del texto por parte del presidente de la República Checa –un texto ratificado ya en su Parlamento, apoyado por los ciudadanos checos y avalado por el Tribunal Constitucional de aquel país, pero del que era obstinadamente contrario su euroescéptico jefe de Estado- representa la culminación de un largo proceso encaminado a redefinir el papel que el bloque al que pertenece España ha de jugar en el mundo.

Han sido diez años de dificultades, en los que una Europa demasiado preocupada por su formulación institucional se ha mostrado titubeante frente a importantes acontecimientos mundiales.

La guerra de Irak o la actual crisis económica, por ejemplo, dejaron en evidencia que la Europa de los 27 no parecía tener una única voz, clara y firme, para ejercer un auténtico liderazgo. La preeminencia internacional no es ya cosa de dos, Estados Unidos y la vieja Europa. Países emergentes como India, China, Rusia o Brasil interpretan ya papeles protagonistas en el escenario del mundo, y la Unión Europea se juega su ser o no ser como potencia económica y como garante de la extensión de la democracia, la igualdad, los derechos humanos o la paz.

Malograda la Constitución Europea, el Tratado de Lisboa será el instrumento idóneo para actuar con eficacia en la resolución de los problemas de los ciudadanos. Esta nueva etapa se concretará en cambios muy importantes en la estructura de la Unión, cuya manifestación más evidente estará representada por las figuras del Presidente de la Unión Europa y el Alto Representante Exterior; además, se fortalecerá el Parlamento Europeo y se potenciará el espacio de libertad, seguridad y justicia de la UE.

Que los dos únicos países que quedaban por suscribir el Tratado de Lisboa, Irlanda y Chequia, lo hayan hecho al fin cuando lo han hecho, ha determinado que España, durante su Presidencia de turno, vaya a ser la responsable de poner en marcha todas las reformas de fondo y de forma que contiene.

Así pues, La Europa del Tratado  dará sus primeros pasos con la solidez europeísta que le imprimirá nuestro país, y al mismo tiempo, superada ya la discusión institucional, la de España será una presidencia atenta sobre todo a los problemas que más preocupan a los quinientos millones de ciudadanos europeos: el empleo, la seguridad, la estabilidad económica y el cambio climático.

De esta forma 2010 será  el año del relanzamiento europeo, con una excelente oportunidad para consolidar nuestro papel en los foros mundiales y en los debates más importantes.

Entre las prioridades que España se ha marcado para su Presidencia, está la de impulsar un pacto por el empleo de calidad y la reafirmación del compromiso de la Unión con los derechos humanos: la lucha contra la pena de muerte, la promoción de políticas de acceso al agua potable y saneamiento, la igualdad de género, la lucha contra la tortura y contra la discriminación por orientación sexual. Dicho de otro modo: ese mundo más justo que todo hombre y toda mujer de bien desea es posible, Europa ha de jugar un papel fundamental en su consecución y España está en condiciones de ayudar a marcar el rumbo.


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