lunes, 24 de mayo de 2010

MIGUEL HERNÁNDEZ

En una hermosa canción de los años setenta escrita por Patxi Andión en recuerdo de Federico García Lorca hay un verso que estremece por su sensitiva mezcla de sencillez y hondura: “Tú poeta y ellos tantos...”. Esa misma imagen de vulnerabilidad poética frente a la sangrienta barbarie del rencor y la tiranía viene también a la mente cuando se piensa en Miguel Hernández y en el desolador desenlace de una vida dedicada a las letras y a la encendida defensa de la justicia y de la dignidad del pueblo.

Hernández hubiera cumplido cien años este 2010, pero murió con apenas treinta y uno en una prisión de Alicante, enfermo sin tratamientos, conmutada hacía poco una condena a muerte que había sido dictada “por escribir versos y ser el poeta del pueblo”. Los españoles de entonces ni siquiera supieron de su fallecimiento, porque además de a muerte y, luego, a treinta años de prisión, las autoridades franquistas le habían condenado al olvido. Dejaba, a pesar de su juventud, un legado literario imperecedero y un ejemplo personal de compromiso, pero su familia hubo de vivir durante décadas en la oscuridad, procurando no llamar la atención de los opresores, “amargaicos”, como dijo recientemente alguien que los conocía bien. Él poeta y ellos tantos y durante tanto tiempo y con tanta crueldad acumulada.

Miguel Hernández será para siempre ese retrato a carboncillo que de él hizo Antonio Buero Vallejo en la celda que compartieron, y los versos arrebatados y arrebatadores que cantó Serrat en la primera mitad de los setenta, aquel “Para la libertad” que vibraba en la garganta de Joan Manuel y era un apasionado aviso a navegantes: “Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, /ella pondrá dos piedras de futura mirada / y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan / en la carne talada”.

Coincidiendo con la conmemoración del centenario de su nacimiento –que ha salpicado de actos de homenaje toda la geografía española-, el Gobierno español ha rehabilitado oficialmente la memoria y el nombre del escritor mediante una Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal aprobada por el Ministerio de Justicia de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica. En dicho documento, todo un ejercicio de desagravio a quienes sufrieron persecución y violencia durante la Guerra Civil y la dictadura, se deja claro que Hernández “ingresó injustamente en prisión y fue condenado a muerte en virtud de una sentencia dictada sin las debidas garantías por el ilegítimo Consejo de Guerra”. Para la Historia de la Literatura es un grande entre los grandes; a los suyos les faltaba que también su imagen fuera definitivamente rehabilitada.

No ha quedado al margen Almería de los homenajes que se le tributarán a lo largo de todo el año. La figura y la obra de Miguel Hernández, su sensibilidad e intensidad, serán objeto de atención en diversos actos culturales, entre ellos unas Jornadas Literarias organizadas por la Diputación Provincial a través del Instituto de Estudios Almerienses. Y es que en la hora de la admiración bien podemos afirmar: él poeta y nosotros tantos.

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