lunes, 22 de marzo de 2010

NO DA IGUAL, NI MUCHO MENOS

A Esperanza Aguirre, ese autoproclamado verso libre del PP, el hecho de que exista un Ministerio dedicado exclusivamente a favorecer la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, “da-igual”. Puesto que Esperanza Aguirre es presidenta de una importante comunidad autónoma, diciendo tal cosa elevó a categoría institucional un chascarrillo más bien burdo que viene circulando desde hace tiempo entre los círculos más reaccionarios de la sociedad española, esos que siguen encajando mal cada palmo de terreno que las mujeres van ganando en la conquista de sus legítimos derechos. 

Bajo la superficie de su facilona jocosidad, además, el juego de palabras encierra una lectura más inquietante en forma de traición del subconsciente, pues es la propia igualdad la que les da-igual, no el Ministerio que trabaja en favor de ella. Aquí el verso suelto no lo es tanto, sino que forma parte plenamente del conjunto de los principios conservadores, y rima con desconfianza: desconfianza hacia el papel que las mujeres quieren y deben jugar en toda sociedad avanzada. 

Pero con ser inquietante este más bien pobre intento de ingenio por parte de Esperanza Aguirre, lo que resulta muy preocupante es que tan destacada dirigente de la derecha llame a la rebelión (rebelión, nada menos) contra una decisión adoptada por el Parlamento de España, la de la subida limitada del IVA. No es la primera vez que amenaza con no aplicar medidas o leyes democráticamente aprobadas. 

Lo hizo con la Ley antitabaco y con la incorporación a los planes de estudio de la asignatura Educación para la Ciudadanía, sin que en ninguno de los casos el presidente de su partido la haya desautorizado. Y créanme que éste es un territorio peligroso, que sienta bases resbaladizas en un Estado de Derecho: buscar el modo de burlar la legalidad cuando ésta no se ajusta a nuestros criterios ideológicos y llamar a la rebelión (rebelión, repito) si no se encuentra, prescindir del principio de que son los gobiernos centrales los que, en el ejercicio de sus competencias, impulsan iniciativas legislativas estatales y de que son las mayorías parlamentarias surgidas de las urnas, es decir, los representantes de la voluntad popular, quienes las aprueban. Parece como que también diera igual aceptar o no aceptar las reglas del juego democrático.

Más allá  de esta actitud inaceptable del PP, lo cierto es que las razones que aconsejan la subida del IVA, aprobada la semana pasada por el Congreso de los Diputados, del 16% al 18%, no sólo responden a razones sólidas, no sólo es una medida adecuada para reducir el déficit sin que afecte a la evolución del crecimiento económico, como indicó el  Comisario de Economía de la Unión Europea, y no sólo afectará poco o nada a los productos de primera necesidad, sino que además se enmarca dentro de una presión fiscal que seguirá siendo menor que cuando llegamos al Gobierno en 2004 y que se situará por debajo de la media europea y, desde luego, por debajo del de países como Alemania, Francia, Irlanda, Italia, Portugal o Paises Bajos. Eso por no hablar de todo cuanto tiene de hipocresía el hecho de que el PP critique esta medida (y se  declare en rebeldía respecto a ella, repito una vez más) en tanto que Ayuntamientos y Comunidades Autónomas en las que gobiernan estén subiendo desaforadamente todo tipo de tasas e impuestos.

Hablamos, en cualquier caso, de un pequeño esfuerzo fiscal acompañado de un gran esfuerzo de austeridad por parte del Gobierno de España, que ha recortado hasta 2.500 millones de euros del ejercicio anterior y tiene la previsión de reducir 50.000 millones de euros en los próximos tres años; esfuerzo que le pedimos al conjunto de la ciudadanía para mantener las políticas sociales, es decir, de protección frente al desempleo, de atención a la dependencia, de incremento de becas o de aumento de las ayudas a las familias.
Y en mi opinión, no da igual que tales políticas sociales se lleven o no a cabo.

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