Funes 'el memorioso', aquel personaje de Jorge Luis Borges, recordaba
absolutamente todo -todas las palabras escuchadas, todas las hojas
vistas- y precisamente eso hacía de él un idiota. Lo contaba esta
semana en Sevilla el escritor y semiólogo Umberto Eco, en el acto de
su investidura como doctor honoris causa por la Facultad de
Comunicación sevillana. Umberto Eco comparaba Internet con ese Funes
'el misterioso', y lanzaba su veredicto: sin capacidad de selección no
hay conocimiento posible.
En ese cajón de sastre que es Internet conviven personas que van a
pecho descubierto con otras enmascaradas; mentiras, verdades y medias
verdades están revueltas y uniformadas. Hay quien pudiera pensar que
la solución pasa por establecer requisitos de veracidad para poder
colgar información en Internet. Sin embargo, Eco está convencido de
que imponer criterios de acceso a la Web sólo rebajaría la libertad.
La solución no es limitar la información, sino formar a ciudadanos con
sentido crítico.
En los últimos tiempos ando pensando mucho en el papel que juega la
Red en el mundo actual. El uso de las tecnologías de la era digital
ya no es tarea exclusiva de profesionales altamente especializados,
sino parte de la vida cotidiana. La llegada de las TIC está
transformando incluso nuestros hábitos de lectura y escritura.
Lo comentaba la pasada semana durante la inauguración de las I
Jornadas de Municipios Socialistas en la Era Digital. En ellas,
estuvimos debatiendo cómo debe ser nuestra presencia en el entorno
2.0, pero sobre todo pusimos en común muchas ideas sobre el papel que
deben jugar las redes sociales en este nuevo escenario social y, por
ende, político.
Sin que nos demos cuenta, Internet se ha ido instalando entre nosotros
y hoy es protagonista de muchas de las herramientas que utilizamos en
el hogar, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales o en las
gestiones con administraciones y empresas.
Pero antes de todo eso está la cuestión de quiénes tienen acceso a la
red. Para que la revolución digital deje de ser sólo una promesa es
necesario democratizar el acceso a las nuevas tecnologías. Y acto
seguido, también hay que democratizar el acceso al conocimiento
necesario para usarlas -y ahí están proyectos como la Escuela 2.0 de
la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía o la red de
Centros Guadalinfo. Cuando lo hayamos logrado, entonces estaremos
preparados para aprender a usarlas bien: es el sentido crítico del que
hablaba Umberto Eco.
Pero al tiempo que pensamos en cómo utilizar las nuevas tecnologías
para fomentar la igualdad, los políticos no debemos perder de vista el
propio uso que hacemos de Internet. Antes, los interlocutores de los
políticos eran las asociaciones ciudadanas. Con la irrupción de la
2.0, son los individuos -sin ningún grupo organizado que los ampare ni
los dirija-, los que preguntan, los que reivindican, los que crean sus
propias redes y las disuelven cuando quieren.
En este nuevo terreno de juego, es esencial que los políticos asumamos
un papel activo, y respondamos a la ciudadanía en el mismo lenguaje.
En las redes sociales, la información compartida vale más que la que
se oculta. La autoridad no se obtiene con un cargo, sino con méritos.
No hay decisiones verticales, sino horizontales. Si tenemos en cuenta
estos tres principios, la clase política podrá seguir avanzando al
mismo ritmo que el resto de la sociedad, y estará preparada para
utilizar los avances tecnológicos en beneficio de todos.
2 comentarios:
Un buen ejemplo de político digital es el Alcalde de Jun, José Antonio Rodríguez Salas. Poco a poco está consiguiendo verdaderos avances en conseguir la participación de la ciudadanía en los asuntos municipales.
http://www.joseantonio2011.com/
Es un buen ejemplo Rosa,hacia ese camino nos dirigimos todos. Saludos.
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