lunes, 22 de febrero de 2010

INVITACIÓN AL ACUERDO

La pasada semana, el presidente Rodríguez Zapatero ofreció un gran pacto en materia económica a todas las fuerzas políticas, centrado en cuatro puntos concretos: mejora de la competitividad y fomento de la creación de empleo, renovación del modelo productivo, reducción del déficit público mediante el cumplimiento del Plan de consolidación fiscal y reforma del sistema financiero para facilitar el acceso al crédito. No era la primera vez que el presidente del Gobierno planteaba la necesidad de sumar esfuerzos, fundamentalmente porque no otra cosa esperan los ciudadanos en situaciones de especial dificultad, pero en esta ocasión estableció un margen razonable de dos meses para alcanzar acuerdos con el fin de poner en marcha las reformas antes de que finalice el primer semestre de este año. 

En el marco del debate sobre medidas económicas, el presidente Zapatero insistió  en que, sin duda alguna, los datos más preocupantes son los que se refieren a las tasas de desempleo, detrás de las cuales están, sobre todo, la alta temporalidad y el brusco ajuste del sector de la construcción, y al déficit público, cuyo incremento se ha debido a la inversión pública que ha sido necesario llevar a cabo para contener los efectos de la crisis y preservar la cohesión social. Pero también subrayó Zapatero el hecho constatado de que el descenso de la economía española ha sido menor que el de la media de la Unión Europea y el de países como Alemania, Reino Unido o Italia, y que nuestra deuda pública es inferior a la media europea y a la de la mayoría de los países de la Unión. Es decir: hay dificultades, pero hay también fortaleza para afrontarlas, análisis que puede ser compartido más allá de las diferencias ideológicas. España es, en definitiva, un país más que solvente, cuya realidad puede y debe generar confianza. 

Pero he ahí  un principio, el de la confianza, por el que no está dispuesto a apostar el PP. No hablo de una confianza en el Gobierno socialista, que no existía ni siquiera en los momentos en que, gracias a una buena gestión económica, las cuentas públicas españolas alcanzaron un histórico superávit, sino una confianza en nuestro país, en las posibilidades de España. Al ofrecimiento de acuerdos, el líder de la oposición respondió con una insólita propuesta: que el partido que sostiene al Gobierno, el PSOE, sea quien poco más o menos lleve a cabo esa moción de censura que él no se atreve a plantear. Dice Rajoy, con argumentos de Perogrullo, que si tuviera los votos la plantearía él, olvidándose de que no son los votos por sí solos los que ayudan a sacar adelante una iniciativa parlamentaria como ésta, sino las propuestas alternativas concretas que sean capaces de aunar los votos suficientes, esas propuestas que el PP ni tiene ni parece capaz siquiera de inventarse. Y es que el censurado ya por la mayoría de los ciudadanos y la totalidad de los grupos con representación parlamentaria es el propio PP. 

También en Andalucía tuvo lugar la semana pasada un debate sobre la situación económica, y también su desarrollo enfrentó las iniciativas concretas de unos a la fría estrategia electoral de otros: el presidente Griñán anunció diez medidas tributarias para reactivar la economía, doce proyectos vinculados a la futura Ley de Economía Sostenible y otros tres sobre empleo juvenil, apoyo a la construcción y nuevas vías de liquidez para empresas, éstos últimos de inmediata aplicación. La derecha, atrapada en las telarañas del pasado y el alarmismo, tiró de viejas recetas: nada. Ni puntos de encuentro, ni pactos, ni arrimar el hombro, ni diálogo, ni ideas nuevas, ni soluciones, ni un mínimo de seriedad política en los análisis o de contención en los gestos que se hacen a la galería. Es difícil imaginar una utilidad pública más escasa aún que ésta que exhibe sin rubor el PP. En cualquier caso, el ofrecimiento de alcanzar acuerdos está ahí, porque la ocasión invita a acercar posturas, no a subrayar las diferencias.

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