lunes, 15 de febrero de 2010

UNA OPOSICIÓN INCONSISTENTE

Que el Partido Popular está instalado en la pura estrategia política, al margen de los problemas que la crisis económica está provocando en los ciudadanos y atento sólo a sus propios intereses electorales, es una realidad que no ha pasado inadvertida ni siquiera a los analistas más conservadores. Sin embargo, se equivoca el PP al creer que toda la atención de los ciudadanos está puesta únicamente en el Gobierno; se equivoca al sumarse a la crítica desde fuera del escenario, como mero espectador estridente; se equivoca, y así lo recogen las encuestas de opinión, porque en una situación tan difícil como la que atravesamos también analizan los ciudadanos cuáles son las soluciones que proponen quienes se proclaman alternativa.  

Es fácil de entender que durante una crisis económica y financiera, que pasa por ser la más grave de los últimos ochenta años, los gobernantes vean reducidos sus índices de aprobación popular. Lo está experimentando el presidente Zapatero, pero también Sarkozy, Gordon Brown o el propio Obama, por poner tres ejemplos. Lo ilógico es que también empeore la opinión que merece el líder de la oposición, y eso es lo que sucede en el caso de Mariano Rajoy. La absoluta inconsistencia política del PP, su falta de propuestas, esa manera taimada de estar a la espera de que la crisis desgaste al Gobierno, su negativa a sumarse a los esfuerzos que están llevando a cabo empresarios, sindicatos y otros partidos para alcanzar acuerdos, su completa carencia de sentido de Estado cuando hay que defender los intereses del país, su empeño insano en no colaborar en la mejora la situación para tratar así de beneficiarse de ella en las urnas, todo eso que hoy define al PP es examinado por los ciudadanos, de ahí que la valoración que estos hacen de Rajoy siga estando por debajo de la que hacen del presidente del Gobierno. 

En realidad, poco tienen que decir: sus recetas económicas siguen siendo, que se sepa, las mismas que han provocado la debacle financiera internacional, es decir, un neoliberalismo basado en la especulación, la falta de control de los mercados y la escasa inversión en gastos sociales. En Andalucía, por ejemplo, el líder de la derecha sigue repitiendo el mismo discurso y los mismos gestos que ya fueron rechazados por los andaluces cuando perdió sus primeras elecciones autonómicas como candidato a presidir la Junta, hace ya la friolera de dieciséis años, pero no deja de sacar pecho cada vez que una encuesta vuelve a darle como vencedor. Y en el Congreso de los Diputados, la semana pasada un parlamentario “popular” se acogió por todo argumento a un “váyanse” que remite a aquel rancio acoso y derribo que acabó aupando al poder a quien luego no ha dejado de desacreditar a su país en todos los foros internacionales a los que es invitado. 

El señor Rajoy ha perdido una ocasión de oro, estas últimas semanas, para salir en defensa del sistema financiero español, uno de los más sólidos y fuertes de todos los países desarrollados. Lejos de hacerlo, ha censurado a quienes han querido generar confianza en España, sin pararse a pensar en todo lo que está en juego más allá de unas elecciones que, en cualquier caso, no se celebrarán hasta el año 2012. Para entonces, la coyuntura económica será más favorable y el número de desempleados se habrá reducido, y se equivoca el PP si cree que los ciudadanos no serán capaces de diferenciar entre quienes pusieron todo su empeño en salir de la crisis y quienes pretendieron valerse de ella con fines políticos.

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