Que el Partido Popular
está instalado en la pura estrategia política, al margen de los problemas que la
crisis económica está provocando en los ciudadanos y atento sólo a sus propios
intereses electorales, es una realidad que no ha pasado inadvertida ni siquiera
a los analistas más conservadores. Sin embargo, se equivoca el PP al creer que
toda la atención de los ciudadanos está puesta únicamente en el Gobierno; se
equivoca al sumarse a la crítica desde fuera del escenario, como mero espectador
estridente; se equivoca, y así lo recogen las encuestas de opinión, porque en
una situación tan difícil como la que atravesamos también analizan los
ciudadanos cuáles son las soluciones que proponen quienes se proclaman
alternativa.
Es fácil de entender que
durante una crisis económica y financiera, que pasa por ser la más grave de los
últimos ochenta años, los gobernantes vean reducidos sus índices de aprobación
popular. Lo está experimentando el presidente Zapatero, pero también Sarkozy,
Gordon Brown o el propio Obama, por poner tres ejemplos. Lo ilógico es que
también empeore la opinión que merece el líder de la oposición, y eso es lo que
sucede en el caso de Mariano Rajoy. La absoluta inconsistencia política del PP,
su falta de propuestas, esa manera taimada de estar a la espera de que la crisis
desgaste al Gobierno, su negativa a sumarse a los esfuerzos que están llevando a
cabo empresarios, sindicatos y otros partidos para alcanzar acuerdos, su
completa carencia de sentido de Estado cuando hay que defender los intereses del
país, su empeño insano en no colaborar en la mejora la situación para tratar así
de beneficiarse de ella en las urnas, todo eso que hoy define al PP es examinado
por los ciudadanos, de ahí que la valoración que estos hacen de Rajoy siga
estando por debajo de la que hacen del presidente del Gobierno.
En realidad, poco tienen que
decir: sus recetas económicas siguen siendo, que se sepa, las mismas que han
provocado la debacle financiera internacional, es decir, un neoliberalismo
basado en la especulación, la falta de control de los mercados y la escasa
inversión en gastos sociales. En Andalucía, por ejemplo, el líder de la derecha
sigue repitiendo el mismo discurso y los mismos gestos que ya fueron rechazados
por los andaluces cuando perdió sus primeras elecciones autonómicas como
candidato a presidir la Junta, hace ya la friolera de dieciséis años, pero no
deja de sacar pecho cada vez que una encuesta vuelve a darle como vencedor. Y en
el Congreso de los Diputados, la semana pasada un parlamentario “popular” se
acogió por todo argumento a un “váyanse” que remite a aquel rancio acoso y
derribo que acabó aupando al poder a quien luego no ha dejado de desacreditar a
su país en todos los foros internacionales a los que es
invitado.
El señor Rajoy ha perdido una
ocasión de oro, estas últimas semanas, para salir en defensa del sistema
financiero español, uno de los más sólidos y fuertes de todos los países
desarrollados. Lejos de hacerlo, ha censurado a quienes han querido generar
confianza en España, sin pararse a pensar en todo lo que está en juego más allá
de unas elecciones que, en cualquier caso, no se celebrarán hasta el año 2012.
Para entonces, la coyuntura económica será más favorable y el número de
desempleados se habrá reducido, y se equivoca el PP si cree que los ciudadanos
no serán capaces de diferenciar entre quienes pusieron todo su empeño en salir
de la crisis y quienes pretendieron valerse de ella con fines
políticos.
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