lunes, 19 de julio de 2010

EL ESTADO DE LA NACIÓN


Bien podría decirse que era un momento delicado para llevar a cabo el Debate sobre el Estado de la Nación: por un lado, nuestro país, como todos los de la Unión Europea, atraviesa por la crisis económica más importante de los últimos ochenta años; por otro, España venía de celebrar con lógica euforia y un marcado sentimiento de orgullo la victoria de nuestra selección nacional de fútbol en el Mundial de Sudáfrica, y la escenificación parlamentaria de una confrontación política podía significar para muchos ciudadanos un regreso a una realidad que acaso no les aliente en su esperanza de superar las dificultades. Pero también es cierto que una y otra circunstancia invitaban a mostrar el lado más útil de la política, la posibilidad de alcanzar nuestras metas trabajando todos con un solo objetivo, sin crispación, sin tratar de imponer nuestro criterio.

No obstante, volvió a quedar patente que el PP está fundamentalmente ocupado en tratar de sacar una rentabilidad electoral a la crisis económica. Hay algo evidente: con aciertos y errores, el Gobierno ha hecho todo lo que el presidente y sus miembros estimaban que era necesario por el bien de España; el PP sólo aquello que a su juicio convenía a los intereses del partido. Y es que el señor Rajoy ha asumido de una forma literal su papel de “líder de la oposición”, pasando por alto el hecho de que eso le exige plantearse a sí mismo como alternativa posible, no utilizar todas las formas conocidas y por conocer de decir no. Dicho de otro modo: Rajoy ha demostrado ser líder en oponerse –incluso estando de acuerdo-, pero está aún por ver cuál es su capacidad para proponer algo.

Tras una intervención realista y profundamente reformista del presidente Zapatero, en la que expuso una serie de medidas para garantizar el crecimiento económico, la creación de empleo y, sobre todo, la defensa del Estado del Bienestar, el líder conservador demostró, con su silencio, no tener nada que decir acerca de si es o no necesaria una reforma laboral, o de si hay que hacer una reforma del sistema de pensiones o no hacerla, o una reforma del sistema educativo o de la política industrial y energética, ni tampoco sobre cuáles habrían sido sus medidas para reducir el déficit. Nada en absoluto. Y a pesar de ello, lo que sí hizo fue pedir elecciones anticipadas. ¿Eso es todo lo que tiene que aportar? ¿Ninguna otra cosa? ¿Alguna idea positiva acerca de nuestro país que pueda beneficiarnos internacionalmente, alguna medida concreta que nos ayude a salir de la crisis o a crear empleo, que dé confianza a los pequeños y medianos empresarios, que deje claro a los mercados la solidez de nuestro sistema financiero, cualquier cosa, por pequeña que fuera, con la que justificar una larga campaña electoral en un momento en que España necesita sobre todo centrarse en los problemas reales?

Y sé que todo esto puede desencantar a los ciudadanos, alejarlos de la política, porque pocas cosas hay más frustrantes que asistir a la enconada rivalidad de quienes, al margen de diferencias ideológicas, deberían remar en una misma dirección para superar las mayores dificultades. El apoyo que el Gobierno reclama al PP no es para sí, sino para España, y la petición por parte del señor Rajoy de un adelanto de elecciones –no la presentación de una moción censura, que es el instrumento del que dispone la oposición- difícilmente encaja entre las soluciones que se esperan de un representante político cuando las cosas precisan de más unidad y menos demagogia.

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