lunes, 2 de agosto de 2010

JULIO ALFREDO EGEA


Asegura el poeta Julio Alfredo Egea, decano de las letras almerienses, que su poesía nace de los asombros, de su curiosidad por la vida, y que ha escrito siempre por una necesidad vital, nunca por vano artificio literario. Esta semana alcanza la magnífica edad de ochenta y cuatro años, y hace apenas unos días el Instituto de Estudios Almerienses, de la Diputación Provincial, presentó los dos volúmenes en que se recoge su poesía completa, mil doscientas cincuenta y cuatro páginas que suponen un acontecimiento cultural de extraordinaria relevancia.

Es Julio Alfredo Egea un hombre alto, con una delicada elegancia y una humanidad que transmite ya desde el mismo saludo de encuentro, con su mirada y sus manos. Decía Rilke  que a un poeta se le reconoce incluso en la forma de lavarse las manos, y de las de Egea han fluido miles de versos, de sus manos grandes y de ese interior donde la vida, los goces y los sufrimientos, han sido y son traducidos por su sensibilidad. Poeta de absoluta vocación, recuerda aún sus nueve años y sus primeros versos, un despertar a la poesía que ya en su inicio estaba íntimamente ligada a la naturaleza, al paisaje de su Cririvel natal. Licenciado en Derecho, nunca quiso perder su libertad para leer, escribir y viajar, de tal manera que buscó siempre actividades profesionales que no le robaran excesivamente su tiempo y le permitieran, a él y a su familia, vivir con dignidad. En 1946 hizo posible que desde las páginas de la revista Sendas, de la que era fundador y redactor jefe, se le rindiese a Federico García Lorca el primer homenaje escrito, y diez años después publicó su primer poemario, “Ancla enamorada”, al que le seguirían más de veinte títulos.

En 1960 fue nombrado alcalde de Chirivel: resolvió las importantes carencias que arrastraba aquel “pueblo con nombre de pájaro” y luego dejó el cargo. Durante su mandato, escribió, “se perdió en los desvanes una vara de mando / que empuñaron los caciques; se perdieron más cosas: / la llave de la cárcel, los listines del miedo, / la sospecha remota y también los discursos.” A partir de ahí no ejerció con el corazón más que de poeta, marido y padre, hizo amigos por todo el mundo, vio sus versos traducidos a otros idiomas y obtuvo numerosos reconocimientos a su labor literaria.

Recibe los muchos y merecidos homenajes que le son tributados desde hace años siempre con la emoción del primero, algo abrumado por el cariño que ha sabido ganarse y que se le demuestra tan abiertamente, pues no escribió nunca en busca de agasajos, sino por pura inspiración y porque fue, como él mismo ha dicho, de los poetas que creyeron que su poesía ayudaría a cambiar el mundo, a hacerlo más humano. Reunida ahora toda su obra poética, los lectores podemos revivir en sus páginas ese noble anhelo, tan utópico y tan necesario.

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