Asegura el poeta Julio Alfredo Egea, decano de las letras
almerienses, que su poesía nace de los asombros, de su curiosidad por la vida,
y que ha escrito siempre por una necesidad vital, nunca por vano artificio
literario. Esta semana alcanza la magnífica edad de ochenta y cuatro años, y
hace apenas unos días el Instituto de Estudios Almerienses, de la Diputación
Provincial, presentó los dos volúmenes en que se recoge su poesía completa, mil
doscientas cincuenta y cuatro páginas que suponen un acontecimiento cultural de
extraordinaria relevancia.
Es Julio Alfredo Egea un hombre alto, con
una delicada elegancia y una humanidad que transmite ya desde el mismo saludo
de encuentro, con su mirada y sus manos. Decía Rilke que a un poeta se le reconoce incluso en la
forma de lavarse las manos, y de las de Egea han fluido miles de versos, de sus
manos grandes y de ese interior donde la vida, los goces y los sufrimientos,
han sido y son traducidos por su sensibilidad. Poeta de absoluta vocación,
recuerda aún sus nueve años y sus primeros versos, un despertar a la poesía que
ya en su inicio estaba íntimamente ligada a la naturaleza, al paisaje de su
Cririvel natal. Licenciado en Derecho, nunca quiso perder su libertad para
leer, escribir y viajar, de tal manera que buscó siempre actividades
profesionales que no le robaran excesivamente su tiempo y le permitieran, a él
y a su familia, vivir con dignidad. En 1946 hizo posible que desde las páginas
de la revista Sendas, de la que era fundador y redactor jefe, se le rindiese a
Federico García Lorca el primer homenaje escrito, y diez años después publicó
su primer poemario, “Ancla enamorada”, al que le seguirían más de veinte títulos.
En 1960 fue nombrado alcalde de Chirivel:
resolvió las importantes carencias que arrastraba aquel “pueblo con nombre de
pájaro” y luego dejó el cargo. Durante su mandato, escribió, “se perdió en los
desvanes una vara de mando / que empuñaron los caciques; se perdieron más
cosas: / la llave de la cárcel, los listines del miedo, / la sospecha remota y
también los discursos.” A partir de ahí no ejerció con el corazón más que de
poeta, marido y padre, hizo amigos por todo el mundo, vio sus versos traducidos
a otros idiomas y obtuvo numerosos reconocimientos a su labor literaria.
Recibe los muchos y merecidos homenajes que
le son tributados desde hace años siempre con la emoción del primero, algo
abrumado por el cariño que ha sabido ganarse y que se le demuestra tan
abiertamente, pues no escribió nunca en busca de agasajos, sino por pura
inspiración y porque fue, como él mismo ha dicho, de los poetas que creyeron
que su poesía ayudaría a cambiar el mundo, a hacerlo más humano. Reunida ahora
toda su obra poética, los lectores podemos revivir en sus páginas ese noble
anhelo, tan utópico y tan necesario.
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