lunes, 14 de diciembre de 2009

LA LECTURA ALCANZA EL FUTURO

El libro sigue siendo un objeto extraordinario, de una peculiar y sencilla sofisticación, y su invento, sin duda, uno de los sucesos culturales más importantes en toda la historia de la Humanidad. Muchos lectores nos sentimos, sino plenamente identificados, al menos sí familiarizados con la sensación, cuando hace casi tres décadas Umberto Eco incluyó en la introducción a “El nombre de la rosa” una cita en latín que venía a decir:  He buscado paz por todas partes, pero no la he encontrado en ningún lado, salvo en un rincón con un libro (In omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro). Esto sigue siendo así, aun cuando ya ha empezado a hacerse oportuno especificar si nos referimos a un libro tradicional o a su soporte electrónico.

Ha ocurrido, bien puede decirse, casi sin que nos diéramos cuenta, pero la revolución de los libros digitales, o de los llamados lectores electrónicos inalámbricos, como por ejemplo el Kindle, está aquí, no perfilándose en el horizonte, sino entremezclándose con nuestras vidas de un modo irreversible. El ocho por ciento de la producción editorial española es ya en digital y hay best sellers internacionales que están vendiendo hoy más copias en su formato electrónico que en papel. No hay marcha atrás, ni motivos para la alarma o el escándalo. Los profesionales del libro confiesan no saber la forma en que pueda evolucionar esta realidad, aunque hay quien dice que el mercado va más rápido que el sector.

Tenemos otros ejemplos de cómo una novedad ligada a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación se convirtió en rabioso presente cuando todavía se especulaba con su implantación en el futuro. El futuro es hoy, y el mañana es una pura incógnita. 

La música dejará de ser adquirida y escuchada como hasta ahora, la comunicación entre personas ha entrado en un nuevo nivel mediante las redes sociales por Internet, el acceso a cualquier información es ya un proceso inmediato gracias a la red de redes, las aulas escolares han iniciado una reconversión digital que cambiará los hábitos de aprendizaje y suprimirá de la noche a la mañana las pesadas mochilas que nuestros hijos cargan a sus espaldas, los periódicos dejarán de estar ligados al papel, dicen, en menos de diez años y ciertos modos de entretenimiento doméstico parece como si acabaran de dejar de ser ciencia ficción.

Lo que algunos han denominado big bang de la edición digital se impondrá en los ámbitos académico y científico por razones evidentes de eficacia: es más rápido buscar y encontrar una información concreta. Todo el mundo parece seguro, no obstante, de que en otros ámbitos el papel y el soporte electrónico convivirán durante muchos años. El e-book, por tanto, no sustituirá al libro impreso, ni la pantalla a ese maravilloso gesto de pasar una página de papel, pero nadie, ni aun los lectores más románticos, podrán sustraerse total e indefinidamente a un objeto que, con las dimensiones de un libro, un grosor de un centímetro, un peso inferior a trescientos gramos y plena autonomía inalámbrica es, más que un libro, una biblioteca.

En un reciente artículo de prensa, quien fuera presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, planteaba una acertada interpretación ideológica en torno al libro digital, en particular, y a las nuevas tecnologías en general. “Ser progresista”, decía, “es intentar progresar al ritmo que marca la sociedad, entendiendo, comprendiendo y, a poder ser, liderando ese ritmo con el objetivo de generar igualdad y más libertad”. Bastaría con estos dos principios netamente socialistas, el de igualdad de oportunidades y el de libertad, para asumir que todo aquello que ayude a la divulgación masiva y equitativa de la cultura ha de ser, forzosamente, positivo.

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