Sin duda alguna, el año que
acaba será recordado como el de la crisis. Muchos españoles, como muchos
ciudadanos de todo el mundo, han experimentado el desasosiego de estar
atravesando una difícil situación económica, pero también la cercanía del
Gobierno, que no ha cejado en su esfuerzo por atenuar sus efectos allí donde,
precisamente, podían haber sido mucho peores. Nadie, salvo quienes entendieron
desde un principio que una crisis económica podía incrementar sus expectativas
electorales, puede negar que tanto el Gobierno de la Nación como el de la Junta
de Andalucía han centrado toda su voluntad política en parar el golpe, preparar
el camino hacia la recuperación y proteger a los colectivos sociales más
vulnerables, evitando así que de la crisis saliéramos con una sociedad dividida
entre los que pudieron superar la situación y los que se quedaron en el
camino.
Los socialistas hemos estado
cerca de las preocupaciones de la gente. He dedicado más de la mitad de los
artículos con los que cada semana me dirijo a los lectores de Ideal a esta
cuestión, y en todos ellos quise subrayar una palabra: confianza. No una
confianza ciega y exclusiva en los Gobiernos central y autonómico, sino sobre
todo una confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad para superar las
situaciones difíciles, y sí, también una confianza en las administraciones en
cuyas manos está el adoptar las iniciativas y poner en marcha los recursos
necesarios. Una confianza crítica, si se quiere, condicionada a los resultados,
pero confianza, en fin, en que la política puede y debe ser útil y no tan sólo
una ocasión para la gresca partidista.
La derecha española ha
aportado tan sólo un NO constante y ha pretendido instalarnos a todos en un
estado de censura permanente. Esa negativa a arrimar el hombro se ha resuelto al
final en una imposibilidad manifiesta de conocer qué hubiera hecho el PP de
haber estado en el Gobierno, qué gastos públicos hubiera recortado, qué reformas
laborales hubiera impuesto y en beneficio de quiénes. El estado de censura a la
totalidad en el que sus dirigentes se han hecho fuertes ha alcanzado, más allá
de todo sentido de la responsabilidad, a delicados problemas internacionales
como el del secuestro del pesquero Alakrana o el de la activista saharaui
Aminetou Haidar, en los que parecía que para los “populares” lo de menos
era las vidas que estaban en juego y lo de más el desgastar al Gobierno. De ahí
que cuando ambos problemas se resolvieron finalmente, a la derecha se le
desencajó el gesto y el discurso.
Los problemas se van
resolviendo, los datos económicos y de empleo permiten albergar una sólida
esperanza en que 2010 será el año de la recuperación, el Gobierno de España
sigue sacando adelante importantes leyes, como la del nuevo modelo de
financiación autonómica, gracias a su capacidad para alcanzar acuerdos
parlamentarios que al PP le resultan siempre inalcanzables. En lo que respecta a
Almería, se suceden noticias más que positivas con respecto a uno de los mayores
obstáculos con los que nuestra provincia ha tenido que enfrentarse
históricamente: las comunicaciones.
El anhelado vuelo con Sevilla será una
realidad en pocos días, las obras de la Autovía del Mediterráneo han seguido a
buen ritmo y al proyecto de Alta Velocidad por el Levante peninsular se suma
otra línea a través de Granada. El Ministerio de Fomento prevé que hasta treinta
convoyes diarios enlacen Granada y Almería, quince por cada sentido, y que su
trayecto, naturalmente, se prolongue más allá, con lo cual Almería pasaría de
ser el punto y final de las líneas ferroviarias a ser lugar de
paso.
Se puede optar por ver el lado
negativo de todas las cosas, pero lo cierto es que no se conoce de nadie,
individuo o país, que haya podido remontar el vuelo con el lastre de la
desconfianza perpetua. Vayan, pues, mis mejores deseos para todos los
almerienses en este año que está a punto de comenzar.
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