No existe ninguna base sólida,
ningún dato empírico, nada en absoluto, que avale la idea de que la prohibición
de fumar en los locales de hostelería vaya a causar perjuicios económicos a este
sector. Frente a esta verdad, sí está demostrado científicamente, sin embargo,
que la acumulación de humo de tabaco en lugares cerrados causa enfermedades y
muertes. La pregunta es: ¿por qué entonces la reforma de la Ley antitabaco
encaminada a desterrar de los lugares públicos cerrados un hábito
inequívocamente nocivo para la salud parece estar entorpecida por una afirmación
no fundamentada, como es la del hipotético quebranto en los ingresos de bares y
restaurantes?
La semana pasada se celebró el
Día Mundial sin Tabaco, y con tal motivo la OMS volvió a llamar la atención
sobre la dramática incidencia de su consumo en la salud pública. Este año se ha
querido subrayar la necesidad de proteger especialmente a las mujeres, por
cuanto es en ellas y en los jóvenes en quienes la industria tabaquera se ha
fijado como objetivo principal, relacionando el hábito de fumar con la igualdad
de sexos o con el éxito profesional. El resultado de esta insana estrategia
comercial es que la mortalidad por cáncer de pulmón en mujeres se ha duplicado
en los últimos diez años, ya es la tercera causa de muerte por cáncer en ellas y
se estima que en 2020 podría desplazar al de mama. Hoy por hoy, las jóvenes
españolas fumadoras de entre dieciséis y veinticinco años ya superan en número a
los chicos fumadores de esa misma franja de edad. Es necesario transmitir a las
mujeres, pues, y muy particularmente a las adolescentes, que la igualdad que
favorece la adicción al tabaco sólo es en cáncer, en graves y a menudo fatales
dolencias cardíacas, en accidentes cerebro vasculares y en enfermedades
respiratorias.
Puesto que el daño que fumar
le hace al cuerpo es tan evidente, ¿cómo es posible que se anteponga un supuesto
perjuicio económico, sólo demostrado en lo que afecta a las propias tabacaleras
y no a bares y restaurantes, que se anteponga, digo, a nuestra salud, la de
todos, niños y mayores, hombres y mujeres, y muy particularmente a la salud de
los profesionales de la hostelería? Cuando la portavoz de Sanidad del Grupo
Popular en el Congreso dice que el proyecto de reforma de la Ley antitabaco va a
hacer daño a bares y restaurantes, ¿en qué se basa? ¿De qué datos dispone? ¿O se
trata simplemente de alimentar polémicas? Porque lo que sí se sabe es que en las
Comunidades Autónomas en las que mejor se cumple la Ley de medidas sanitarias
frente al tabaquismo, como en Cataluña, el gasto medio en hostelería de las
familias ha crecido un cinco por ciento, en tanto que en Madrid, donde Esperanza
Aguirre se lanzó a una cruzada en contra de esta normativa, tan solo lo ha hecho
un uno y medio por ciento. Y si de datos se trata, está el de Irlanda, donde no
se puede fumar ni en bares ni en restaurantes desde el 2004 y no obstante el
número de personas empleadas en el sector hostelero ha crecido en casi un
catorce por ciento.
Recordemos que sólo un tercio
de españoles fuman, y que no se trata de perseguir a una minoría, sino de
animarles a que abandonen un hábito que muy probablemente reducirá su calidad de
vida o incluso acabe con ella, de impedir, en cualquier caso, que ese daño se lo
hagan a los demás y, fundamentalmente, de reducir de una manera importante la
incorporación de adolescentes al consumo de tabaco. Y quien se empeñe en
mantener el debate en el terreno económico, que calcule cuánto le cuesta al
servicio público de salud, y por tanto a las arcas del Estado y de las
Comunidades Autónomas, la atención de las enfermedades relacionadas con el
tabaco.
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