lunes, 26 de abril de 2010

HACIA UNA NUEVA ERA ENERGÉTICA

Las intensas lluvias caídas estos meses pasados –benéficas casi siempre, pero también, como se ha visto, responsables de crecidas de ríos, inundaciones y no pocos daños materiales en Andalucía- han llevado a algunos a cuestionar el cambio climático, o al menos a no pensar en él como una amenaza tan grave ni tan inmediata. El hecho de que la Cumbre del Clima de Copenhague, celebrada en diciembre de 2009, acabará, para muchos analistas, en fracaso, sumado a las turbias maniobras de los escépticos en el llamado “climagate”, una polémica que finalmente se supo manipulada y que buscaba desacreditar las evidencias científicas en que se apoya la divulgación del calentamiento global, han logrado sembrar cierta confusión entre la gente justo cuando parecía que se había logrado extender la concienciación sobre este asunto.  

Pero la realidad sigue ahí, tozuda, y las previsiones científicas para el futuro siguen siendo muy inquietantes. En la reciente presentación de un informe oficial, la secretaria de Estado de Cambio Climático utilizó la expresión “datos estremecedores” a la hora de valorar, por ejemplo, el que la Península Ibérica esté calentándose tres veces más rápido que el resto del planeta o que la temperatura en España pueda alcanzar un aumento de seis grados en verano durante el último tercio de siglo XXI. Además, y por lo que respecta a las inusuales precipitaciones de estos meses, los investigadores afirman que éstas no contradicen las alertas sobre el cambio climático, sino que confirman la tendencia a un aumento de la variabilidad, es decir, que cada vez son más los años que llueve por encima de la media y más, también, los que llueve por debajo. En cualquier caso, se sabe que España será el país en el que más se reducirán las lluvias -hasta un 20% ó 25% a final de siglo, según la Agencia Estatal de Meteorología- si no se limitan las emisiones de gases de efecto invernadero. 

Qué más lógico, pues, que avanzar en la implantación de energías limpias, y así lo viene haciendo desde hace años el Gobierno de Rodríguez Zapatero. A España no le basta con sumarse a las medidas que vayan adoptándose internacionalmente: debe ser pionera en todo cuanto pueda, por ejemplo en el uso del vehículo eléctrico. De ahí la importancia del Plan Integral para el impulso de este tipo de vehículo, cuyo número podría pasar de los apenas ocho mil que hoy circulan en nuestras ciudades a un millón en el año 2014 gracias a las actuaciones y ayudas públicas contempladas por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio. Los objetivos son claros: por un lado, y desde un punto de vista estrictamente económico, ampliar el horizonte de futuro de la industria nacional del automóvil e incidir en el desarrollo de los equipos y componentes necesarios; por otro, fomentar la producción de energías renovables, reducir nuestra dependencia energética del petróleo y, en definitiva, no contaminar. 

No sólo sería inteligente que España se convirtiese en un país clave para la implantación del vehículo eléctrico, es que es absolutamente posible. Lo que hoy parecen inconvenientes pueden ser subsanados tecnológicamente en muy poco tiempo, y desde luego el empeño merece la pena. Nuestra generación ha de dar el paso hacia una nueva era energética basada en los principios de ahorro, eficiencia y sostenibilidad medioambiental. O eso o nos vamos preparando para un futuro desolador.

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