lunes, 21 de marzo de 2011

PREOCUPACIÓN NUCLEAR

Hace poco más de un año, un terremoto asoló uno de los países más pobres de la tierra, Haití, causando una tragedia humanitaria de dimensiones colosales: más de trescientas mil víctimas mortales y un número aún mayor de heridos, de desplazados y de personas que perdieron lo poco que tenían. Ahora la tierra ha temblado en Japón, uno de los países más desarrollados del mundo, acostumbrado, sí, a los movimientos sísmicos, aunque no de intensidad tan abrumadora como el que lo ha sacudido y que provocó, además, un tsunami aterrador. El resultado es una destrucción que sólo los más pesimistas hubieran podido concebir, y miles de muertos.

Pero este terremoto ha traído otras consecuencias que lo hacen especialmente dramático y, sin olvidar las vidas perdidas, le añaden una perspectiva extremadamente preocupante a la catástrofe: lo ocurrido en la central nuclear de Fukushima mantiene en vilo a todo el planeta y ha reabierto el debate de la energía atómica. Ojalá que la situación esté ya controlada cuando ustedes lean este artículo, pero lo cierto es que cuando lo escribo la situación allí es peor que hace doce horas, y hace doce horas era considerablemente peor que dos días antes.

La actitud del PSOE, cuya postura ante la energía nuclear es bien conocida, ha sido la de mantener la cautela, defendiendo la seguridad de nuestras centrales y rechazando la posibilidad de un riesgo similar en España por razones geográficas evidentes. No obstante, el Gobierno revisará las medidas de seguridad de estas instalaciones, no ya sólo porque esta medida está en consonancia con lo expresado por la UE, sino porque hace meses que remitió a las Cortes una propuesta de aumentar la exigencia de garantías y es ya una Ley aprobada con un amplio respaldo parlamentario.

La cautela necesaria en la actual crisis nuclear, cuando aún no se sabe cuál podrá ser su alcance, afecta a los mensajes más catastrofistas, que hay que evitar, pero también a aquellos otros que por intereses perfectamente conocidos han tratado de minimizar todo lo que está ocurriendo. Es el caso de los medios más ultra conservadores, los mismos que atacaron sin piedad al presidente Zapatero cuando hace unos años planteó el cierre de las centrales nucleares españolas que finalizaran su vida útil. Apenas se produjo el incidente en Fukushima, esos medios se apresuraron a blindar sus posiciones antes de que opiniones contrarias comenzaran a hacerse oír, arremetiendo en primer lugar contra los ecologistas. Incluso después de haber visto las explosiones en los reactores, o cuando ya parecía evidente que los especialistas no eran capaces de controlar la situación, o cuando se supo que estaban liberándose partículas radiactivas, los sectores más conservadores de este país seguían hablando de “psicosis exagerada”.

Para la derecha, recelar de que la energía nuclear sea la mejor opción de futuro y apostar por las renovables es “ideología trasnochada”. Ahí están las propuestas que presentó Aznar unos días antes de la catástrofe de Japón, y a las que ya me referí la semana pasada. En ellas se insiste de nuevo en que el futuro está en lo atómico, mientras que las energías limpias, aquellas en las que España, y más concretamente Almería, podría llegar a ser puntera, deben ser objeto de una moratoria en tanto no las desarrollen más ampliamente otros países.

Lo cierto es que se ha demostrado que las centrales nucleares no son completamente invulnerables, y, como, ha dicho la canciller Merkel, lo ocurrido en Fukushima supone un punto de inflexión para el mundo. El tiempo dirá.

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