lunes, 1 de noviembre de 2010

UNA CULTURA DE LA PAZ

En 1978, la Asamblea General de las Naciones Unidas dedicó un período extraordinario de sesiones al desarme, al término del cual se estableció que cada año, y durante una semana, los Estados subrayaran el peligro que supone la llamada carrera armamentística. Esta “Semana del Desarme” se inicia coincidiendo en el aniversario de la fundación de la ONU, el 24 de octubre, y por tanto se celebró la semana pasada, aunque me temo que no fue una noticia particularmente destacada entre tantas otras noticias, y es muy probable que una parte no desdeñable de almerienses, por ejemplo, estén conociendo esto a través, precisamente, de este artículo.

No es una conmemoración, en cualquier caso, que se dirija a los ciudadanos de manera directa, sino a los gobiernos, y en particular a aquellos que han hecho de la venta de armas uno de sus pilares económicos, países ricos o en vías de serlo, como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia o China, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, responsables nada menos que del ochenta y ocho por ciento de las exportaciones de armas convencionales.

La venta de armas, legal o clandestinamente, es, no descubro nada, un gran negocio, un negocio macabro y proclive a generar zonas oscuras de intermediación y soborno, pero negocio al fin. Las cifras que se refieren no ya a los grandes artefactos bélicos, sino a las llamadas armas ligeras, son estremecedoras: cada año se fabrican dos balas y media por cada uno de los seis mil cuatrocientos millones de personas que habitamos el planeta, y un arma por cada diez. Casi la mitad de las muertes violentas que estas armas y sus municiones provocan en el mundo ocurren en lugares donde no hay guerra, y, en líneas generales, los países más gravemente afectados por ese clima de miedo (africanos, asiáticos y latinoamericanos, fundamentalmente) ven cómo la sensación de inseguridad hace que la demanda de armas sea mayor, que el dinero que podría usarse en educación o sanidad se destine al comercio de ellas y que el turismo desaparezca.

El viernes pasado tuve la ocasión de asistir en Lanzarote a la celebración social de la que ya era una excelente iniciativa política, y que consiste, básicamente, en apostar por la paz como vehículo de desarrollo económico. El origen de esta Jornada, en la que también estuvieron personalidades como el presidente del Senado, Javier Rojo, y el ex-director general de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, es una moción presentada por el senador socialista Marcos Hernández en la que se pide al Gobierno la creación en Canarias de una primera Zona Internacional para la Cultura de Paz y Derechos Humanos, y que se introduzca esta figura novedosa en el ámbito de las Naciones Unidas y en el Consejo de Europa. En definitiva, la cultura de la paz como valor añadido a una oferta turística. Es, a mi juicio, una gran idea.

Dijo Erasmo de Rótterdam que “la paz consiste, en gran parte, en el hecho de desearla con toda el alma”. No hay mayor aspiración del ser humano.

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