Hace poco más de un año, un terremoto asoló uno de los
países más pobres de la tierra, Haití, causando una tragedia humanitaria de
dimensiones colosales: más de trescientas mil víctimas mortales y un número aún
mayor de heridos, de desplazados y de personas que perdieron lo poco que
tenían. Ahora la tierra ha temblado en Japón, uno de los países más
desarrollados del mundo, acostumbrado, sí, a los movimientos sísmicos, aunque
no de intensidad tan abrumadora como el que lo ha sacudido y que provocó,
además, un tsunami aterrador. El resultado es una destrucción que sólo los más
pesimistas hubieran podido concebir, y miles de muertos.
Pero este terremoto ha traído otras
consecuencias que lo hacen especialmente dramático y, sin olvidar las vidas
perdidas, le añaden una perspectiva extremadamente preocupante a la catástrofe:
lo ocurrido en la central nuclear de Fukushima mantiene en vilo a todo el
planeta y ha reabierto el debate de la energía atómica. Ojalá que la situación
esté ya controlada cuando ustedes lean este artículo, pero lo cierto es que
cuando lo escribo la situación allí es peor que hace doce horas, y hace doce
horas era considerablemente peor que dos días antes.
La actitud del PSOE, cuya postura ante la
energía nuclear es bien conocida, ha sido la de mantener la cautela,
defendiendo la seguridad de nuestras centrales y rechazando la posibilidad de
un riesgo similar en España por razones geográficas evidentes. No obstante, el
Gobierno revisará las medidas de seguridad de estas instalaciones, no ya sólo
porque esta medida está en consonancia con lo expresado por la UE, sino porque
hace meses que remitió a las Cortes una propuesta de aumentar la exigencia de
garantías y es ya una Ley aprobada con un amplio respaldo parlamentario.
La cautela necesaria en la actual crisis
nuclear, cuando aún no se sabe cuál podrá ser su alcance, afecta a los mensajes
más catastrofistas, que hay que evitar, pero también a aquellos otros que por
intereses perfectamente conocidos han tratado de minimizar todo lo que está
ocurriendo. Es el caso de los medios más ultra conservadores, los mismos que
atacaron sin piedad al presidente Zapatero cuando hace unos años planteó el
cierre de las centrales nucleares españolas que finalizaran su vida útil.
Apenas se produjo el incidente en Fukushima, esos medios se apresuraron a
blindar sus posiciones antes de que opiniones contrarias comenzaran a hacerse
oír, arremetiendo en primer lugar contra los ecologistas. Incluso después de
haber visto las explosiones en los reactores, o cuando ya parecía evidente que
los especialistas no eran capaces de controlar la situación, o cuando se supo
que estaban liberándose partículas radiactivas, los sectores más conservadores
de este país seguían hablando de “psicosis exagerada”.
Para la derecha, recelar de que la energía nuclear sea la
mejor opción de futuro y apostar por las renovables es “ideología trasnochada”.
Ahí están las propuestas que presentó Aznar unos días antes de la catástrofe de
Japón, y a las que ya me referí la semana pasada. En ellas se insiste de nuevo
en que el futuro está en lo atómico, mientras que las energías limpias,
aquellas en las que España, y más concretamente Almería, podría llegar a ser
puntera, deben ser objeto de una moratoria en tanto no las desarrollen más
ampliamente otros países.
Lo cierto es que se ha demostrado que las centrales
nucleares no son completamente invulnerables, y, como, ha dicho la canciller
Merkel, lo ocurrido en Fukushima supone un punto de inflexión para el mundo. El
tiempo dirá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario