La estrategia política del PP durante estos tres últimos
años se ha asentado en la disparatada idea de que no hay una crisis económica
internacional, sino que estamos ante un asunto que afecta sólo a España y, por
tanto, la responsabilidad de todos los males recae en nuestro Gobierno. En
ocasiones sí que ha puesto la mirada en el exterior, cuando la economía de
algún país europeo se desplomaba hasta el punto de necesitar ayuda de Bruselas,
y lo hacía para comparar de manera falaz su situación con la nuestra, sembrar
así la desconfianza en los mercados financieros y dañar nuestros intereses.
Pero lo cierto es que en todos los países ha habido descontento ciudadano y
movilizaciones, la crisis ha supuesto un desgaste de todos los partidos que
tienen responsabilidades de Gobierno y todas las encuestas, más o menos,
estarían esbozando en Europa un giro a la derecha. Y donde ya gobierna la
derecha, hacia la ultraderecha, como en Francia, donde los sondeos apuntan a
una escalada del Frente Nacional de Le Pen. Como en España gobierna la
izquierda y no existe una derecha moderada a la europea, las encuestas
favorecen directamente al PP.
Quienes no saben diferenciar una encuesta de una consulta
electoral suelen incurrir en triunfalismo demoscópico y acaban por mostrar sus
cartas antes de tiempo. De Mariano Rajoy y su entorno no hemos conocido medida
alguna para mejorar la situación por la que atravesamos, pero apenas han
empezado ya a verse ganadores en las próximas elecciones generales –que son las
que les importan; las municipales, tan cercanas, son para ellos un medio, no un
fin-, han rescatado su verdadero proyecto de gobierno, el único en el que
pensaban durante su primera etapa de oposición, cuando en España la situación
económica era extraordinariamente positiva y la tasa de paro la más baja de la
democracia; el único proyecto en el que han pensado también estos tres años
últimos, aunque hablaran de otras cuestiones: hacer valer su teoría sobre los
terribles atentados del 11-M, lograr que aquella enorme mentira pase finalmente
como cierta en contra incluso de lo ya investigado, demostrado y juzgado,
empujar a la banda terrorista ETA dentro de la gran conspiración como sea, y
detrás de ETA a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, a los jueces, a
cuantos servicios de inteligencia extranjeros sea menester y al PSOE mismo. En
definitiva: rehabilitar la figura de Aznar.
Ni empleo, ni economía, ni políticas sociales. Nada de eso
está en su agenda. Dejar inmaculada la imagen del gran líder, “el mejor
gobernante español desde los Reyes Católicos”, como a veces se ha oído desde
los medios que les son afines: he ahí lo más urgente para el PP. Ellos saben de
buena tinta impresa que ETA estaba en los atentados de Madrid, y por tanto
éstos no tuvieron nada que ver con nuestra intervención en Irak ni los
ministros de Aznar mintieron durante los días previos a las elecciones del
2004; lo han sabido siempre, aunque se hayan tenido que morder la lengua estos
tres últimos años. Ahora ya pueden hablar otra vez, primero Arenas, luego
González Pons, Cospedal y poco a poco todos los demás.
Se entiende, así, que al día siguiente de que Rajoy
afirmara, de una manera más bien intrigante, que España necesitaba una política
energética “como Dios manda”, el ex presidente Aznar hiciera públicas sus
“Propuestas para una política energética nacional”. Ocurre que al leer las
propuestas que descienden de las alturas nos encontramos más centrales
nucleares para, dice el texto, ganar en independencia, pero no dónde se
construirían, dónde se almacenarían los residuos ni qué independencia
energética conseguiríamos, habida cuenta de que en nuestro territorio tampoco
se extrae uranio. Eso sí: la propuesta también incluye una moratoria de las
renovables, y aunque todo es difícil de entender, la cosa no se discute: la
cosa viene de donde viene.
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