Hoy es el día en
que los españoles decidimos con nuestro voto, voto que es también una expresión
de nuestro estado de ánimo y, sobre todo, de nuestra voluntad de participar, de
no quedar al margen. No es difícil entender que tantas personas se sientan
enojadas como consecuencia de la situación económica, y que de ese enojo surja,
quizá, la tentación de no acudir a votar. No obstante, no es menos cierto hoy
que hace treinta años que los cambios sociales se llevan a cabo en función de
los deseos expresados mayoritariamente en las urnas, no de los que se expresan
al margen de ellas.
La plena madurez democrática que España ha
alcanzado no puede traducirse en abstención, es decir, en desinterés hacia lo
que es, precisamente, la esencia del sistema: el hecho de que podemos decidir,
de que tenemos no sólo ese derecho, sino ese poder, el de elegir a quienes
impulsarán un modelo de sociedad u otro, un modelo de ciudad u otro, el que
nosotros queramos, el que la suma de nuestros votos decida. Aunque pudiera
parecer otra cosa, la indignación que no se expresa en las urnas es silencio y
renuncia. En la abstención no cabe interpretar el deseo de una democracia
alternativa, aun cuando ése fuera el propósito de quien se abstiene: de la
abstención sólo se beneficia la alternativa a la democracia, y, hasta el
momento, como alternativa a la democracia sólo se conoce la falta de ella.
El voto también ayuda a perfeccionar la
democracia, ése es parte de su poder. Por razones puramente biológicas, a
medida que nuestra democracia cumplía años han ido desapareciendo muchos de
aquellos españoles que sufrieron la opresión de no tenerla, de no ser
escuchados, de no poder elegir a sus representantes políticos. Pero muchos
viven aún, son nuestros mayores y saben lo que costó alcanzar el sueño de vivir
en libertad. Sin democracia, escribió Octavio Paz, la libertad es una quimera.
Los partidos políticos tienen que mejorar su interlocución con los ciudadanos,
sin duda, y sobre todo con los movimientos sociales, también con los que surgen
espontáneamente, como los que estos días han ocupado las portadas de los
periódicos. A todas esas personas, jóvenes desencantados muchos de ellos, hay
que decirles que es votando como se cambian las cosas, como se transforma un
país o se dibuja la ciudad y el pueblo en que queremos vivir. Si nos
abstenemos, serán otros los que decidan por nosotros.
Por eso quiero hacer hoy un llamamiento al
voto. Votar al que votamos la última vez o a otro, al que nos ha convencido de
que es necesario un cambio o al que nos ha pedido que renovemos nuestra
confianza en él, votar desde la indignación o desde la esperanza, votar en
libertad, convencidos de que nuestro voto podrá ser sólo uno pero es
fundamental, votar para avanzar juntos, para fortalecernos. Votar para decidir.
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