Finalizado el primer semestre del año, es
tiempo de hacer un primer balance de lo que ha supuesto la presidencia española
de la Unión Europea, balance que, por cierto, nunca ha sido tan complicado de
definir, pues, como algún analista ha puesto de manifiesto, no existen
precedentes de una presidencia rotatoria como la que ha tenido que desempeñar
nuestro país. En primer lugar, estaba el objetivo prioritario de consolidar las
nuevas instituciones europeas surgidas del Tratado de Lisboa, lo que suponía un
escenario de máxima coordinación y la renuncia a intentar acumular un
protagonismo que habría constituido una inaceptable deslealtad institucional.
En segundo lugar, la extraordinaria importancia de las medidas conjuntas adoptadas
para superar la crisis económica que sufre Europa obliga a demorar la
evaluación de su impacto y, por tanto, no es posible hoy por hoy sino
enunciarlas.
Desde luego, quienes hayan prestado atención a la
caricatura que de esta presidencia han hecho, dentro de nuestro propio país,
los detractores del presidente Zapatero, en un intento más bien mezquino de
evitar que la ocasión pudiera reforzar la imagen del Gobierno socialista, no
podrán entender las muestras de satisfacción de aquellos que no están encadenados
a una permanente estrategia electoralista. Pero lo cierto es que durante este
difícil semestre, donde se ha tenido que hacer frente a situaciones inéditas,
la UE ha dado pasos verdaderamente históricos en defensa de su moneda única y
de la economía de todos sus socios: el apoyo financiero a Grecia, la creación
de un Mecanismo Europeo de Estabilización, el acuerdo para que los Estados
miembros –todos ellos- aceleren los procesos para reducir su déficit o la
aprobación de una tasa a los bancos con el fin de que el sistema financiero
asuma una parte de los costes de la crisis han sido respuestas nuevas a una
nueva e imprevisible realidad.
También en materia jurídica y diplomática se han dado
grandes pasos: medidas propuestas por España, como la creación de un
Observatorio europeo contra la violencia de género o la implantación de un
teléfono, común en toda la Unión, de ayuda a las mujeres víctimas de maltrato
obtuvieron un respaldo unánime de los países miembros. Igualmente, ha sido en
este semestre cuando ha salido adelante la iniciativa legislativa popular,
instrumento de participación mediante el cual la firma de un millón de
ciudadanos europeos hará posible la propuesta de leyes, y también cuando se ha
puesto en marcha el Servicio Europeo de Acción Exterior, es decir, un auténtico
cuerpo diplomático de la UE y una nueva forma de entender la política exterior
europea.
De puertas para adentro, el PP ha tratado de ningunear el
papel jugado por el Gobierno de España durante su presidencia europea, sin importarle
que con su actitud estuviera perjudicando la imagen de nuestro país. En el Parlamento Europeo, sin embargo, un
eurodiputado popular, Pablo Zalba, corregía al alza la calificación de
“satisfactoria” que el propio Zapatero le había puesto a la presidencia de
turno de la UE: a su juicio, y en lo que se refiere a las relaciones
comerciales internacionales, la labor de la presidencia rotatoria ha sido más
que satisfactoria. ¿Acaso daña este reconocimiento las expectativas electorales
de la derecha? Yo no creo en ese tipo de planteamientos: me limito a constatar
que, en cualquier caso, no daña los intereses de España, y eso ya es,
tratándose del PP, un hecho digno de mención.
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