No
sé si son muchas o pocas las personas que en pleno siglo XXI todavía piensan
que expresarse en contra de la prostitución es algo que tiene que ver con la
moralidad, con una cierta idea de la decencia o del pecado o con un intento de
limitar la libertad sexual, entendida ésta, desde dicha perspectiva, en función
tan sólo de quien acude como cliente; lo que sí sé es que, muchas o pocas,
están equivocadas. Debemos concienciarnos, sin que a estas alturas otras
consideraciones envejecidas interfieran en este asunto, que prostitución y
explotación sexual son cuestiones íntimamente ligadas, y que la trata de seres
humanos, y más concretamente de mujeres y niñas, existe fundamentalmente porque
existe la prostitución.
La
celebración el pasado 23 de septiembre del ‘Día internacional contra la
explotación sexual y la trata de seres humanos’ fue ocasión propicia para
recordar que hablamos, no de aquello que de manera sarcástica, condescendiente
y reaccionaria se ha estado llamando tanto tiempo “el oficio más antiguo del
mundo”, sino de una forma moderna de esclavitud, de una absoluta vulneración de
derechos que atenta contra la dignidad de las personas.
No es, de hecho, una idea nueva. Desde 1959
existe un consenso internacional acerca de que la prostitución constituye la
principal causa de la trata de seres humanos, siendo ésta una actividad
delictiva que en un sentido más amplio abarca también la extracción y comercio
de órganos o el tráfico con fines de explotación laboral, pero que en un
ochenta por ciento está centrada en la explotación sexual, el tercer negocio
ilegal más lucrativo del mundo, tras el tráfico de armas y de drogas. Todo un
negocio basado en el uso del cuerpo de las mujeres como mera mercancía, como
objeto de consumo, y que está enredado con otros delitos: las amenazas, las
intimidaciones, las agresiones, la reclusión ilegal, las lesiones, la
falsificación de documentos, el blanqueo de capitales.
Las mujeres víctimas de estas redes suelen
ser captadas en sus países de origen mediante engaños, y Naciones Unidas
considera que España es un destino de “importancia alta”, algo de lo que
deberíamos abochornarnos: no se trata de ocio, de una diversión banal, de algo
que a fin de cuentas ha existido siempre, sino de una enorme tragedia oculta
por la cortina. El Gobierno socialista aprobó ya en diciembre de 2008 el Plan
Integral de Lucha contra la Trata de Seres Humanos con Fines de Explotación
Sexual, en el cual, por primera vez en la historia democrática de España, se
abordaba esta grave vulneración de derechos fundamentales. De igual forma, el
presidente Rodríguez Zapatero se ha expresado a favor de eliminar los anuncios
de prostitución en los medios de comunicación, asunto que fue debatido en el
Congreso de los Diputados la semana pasada y que actualmente está sobre la mesa
de trabajo del Consejo de Estado, que emitirá informe.
Lo verdaderamente importante, en cualquier
caso, es la concienciación de toda la sociedad: asumir que hablamos de un
comercio inhumano y cruel, y que, como escribió hace meses Carmen Calvo,
presidenta de la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados, en cada
prostíbulo hay un pequeño “Guantánamo de cercanías”.
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